jueves, 6 de septiembre de 2012

Entrevista a Carlos Solano, sobreviviente a aparatoso accidente automovilístico


 “Los médicos me daban por muerto
hasta que abrí los ojos”
  


                 
Bajo la premisa “el bien se premia y el mal se castiga” creció Carlos Solano, quien por influencia de su hermano mayor terminó convirtiéndose en policía

Johana Rodríguez
jrodriguez@diariolaregion.net/@michellejrl

LOS TEQUES. Aunque no es MacGyver, buena parte de su vida ha transcurrido entre allanamientos, persecuciones y enfrentamientos, lo que ha puesto su vida en riesgo en más de una ocasión, haciéndolo pasar de un ciudadano incrédulo a un creyente de José Gregorio Hernández.
El personaje en cuestión es el comisario Carlos Solano, quien en noviembre de 1994 fue protagonista de un aparatoso accidente de tránsito cuando iba a trabajar en la comandancia de Polimiranda ubicada en Río Chico.

“Aquella mañana me fui a Nuevo Circo y tomé el autobús, todo iba bien hasta que en la recta de Mamporal - Río Chico, popularmente conocida como el puente vegetal, el colectivo se coleó e impactó contra un árbol, haciendo que una gran rama se desprendiera y acabara con cuatro vidas”.
Entre los muertos estaba un cabo que estaba sentado en el puesto ubicado justo delante de Solano, la señora que estaba a su lado, un sujeto de atrás y otro hombre que murió horas después. Aunque él había sufrido daños severos, su corazón aún latía.

El impacto fue tal, que el actual jefe de la oficina de vialidad de la alcaldía del municipio Guaicaipuro, sólo recuerda hasta que el vehículo se coleó. “Otro cabo que iba en los últimos puestos, fue quien presenció todo como si de una película de terror se tratara, y me auxilió, sacó y llevó a una clínica, donde me daban por muerto”.

Trauma abdominal y craneoencefálico severo, así como politraumatismos generalizados, hacían que los galenos no le dieran esperanzas de vida al funcionario policial, quien los sorprendió cuando dos días después de estado de inconsciencia total, como si nada hubiera pasado, reaccionó.
“Lo primero que vi fue la lámpara de la habitación del centro asistencial. Mi mamá estaba frente a la cama y mi papá al lado. Todo lo que hice fue preguntar dónde estaba y qué había ocurrido, pues lo último que recordaba era el autobús”.

Entonces quienes lo visitaban dejaron estampitas del Nazareno debajo de su almohada y de José Gregorio Hernández pegadas en los laterales de la cama. “Antes no creía en santos ni nada, pero desde entonces cambió mi percepción”, dice mientras saca la estampita del venerable de su cartera.
Con ese nuevo sentido de espiritualidad,

Solano enfrentó otro reto policial en el año 2007, cuando fue enviado a Higuerote a verificar la existencia de dos embarcaciones cargadas de droga. El procedimiento incluyó una persecución a mar abierto y varias amenazas de muerte, debido a que los antisociales en al menos tres ocasiones casi hacen que se volteen, luego impactaron su embarcación contra el motor de ellos y finalmente abrieron fuego. “Nuestra lancha llegó a brincar hasta tres metros sobre el mar; entonces es que pensaba en Dios, y me aferraba a él para no desistir en los intentos de hacer justicia”. Y el Supremo lo escuchó, pues salió asustado, pero bien librado del particular evento que marcó su existencia.

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